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Nabuc era un pequeño gran hombre, cuya estatura baja hacía que se tropiecen con él, dejando su diminuto cuerpo tendido en el suelo. Pero no te dejes engañar por su tamaño: su inteligencia aguda lo había convertido en el ayudante del gran administrador del imperio. En aquella época los números solo existían en las manos. Solo con las manos se podía contar, sumar y restar. Fueron las hábiles manos de Nabuc las primeras en crear números que trascendían nuestro cuerpo. Con arcilla, moldeó pequeñas piezas que representaban los dígitos más importantes de aquella era: el uno, el diez y el sesenta. Se susurra que el gran matemático italiano Peano era descendiente de Nabuc. Y se dice que todos los grandes genios de la aritmética provienen de un linaje secreto que tiene a Nabuc como ancestro. Hoy, el matemático Anastasio, tan diminuto e inadvertido como Nabuc, construye ante nuestros ojos los diez dígitos y la operación de la suma. Sus manos, delicadas y precisas, repiten el acto creativo que Nabuc inició. Pero atención, esta historia no es tan falsa, y los números que conocemos no son tan verdaderos.